Tengo 48 años y cuando empezó todo en marzo llevaba una vida normal. Estoy casado y soy padre de tres hijos. Trabajo como cualquier otro para ganarme la vida y soy amante de la amistad y de la naturaleza. La enfermedad vino para matarme a golpes durante semanas, pero ellas me salvaron. Hoy soy un privilegiado. Puedo contar la experiencia de una COVID-19 dura que me ha dejado cicatrices en el alma y me ha hecho pelear durante meses para recuperar cada palmo de mi propia vida.
Es mi relato sin más, mi testimonio.
No hay moralejas ni consejos, ni el intento de contar cómo se puede preparar uno para vivir algo así.
Porque no hay preparación.
Solamente mis hijos saben cómo vivieron aquellos días. Sólo ellos son conscientes de lo que sintieron y de cómo trataron de sacarlo y superarlo.
Ramón Pinna – paciente COVID
Tengo 48 años y cuando empezó todo en marzo llevaba una vida normal. Estoy casado y soy padre de tres hijos. Trabajo como cualquier otro para ganarme la vida y soy amante de la amistad y de la naturaleza. La enfermedad vino para matarme a golpes durante semanas, pero ellas me salvaron. Hoy soy un privilegiado. Puedo contar la experiencia de una COVID-19 dura que me ha dejado cicatrices en el alma y me ha hecho pelear durante meses para recuperar cada palmo de mi propia vida.
Es mi relato sin más, mi testimonio.
No hay moralejas ni consejos, ni el intento de contar cómo se puede preparar uno para vivir algo así.
Porque no hay preparación.
Porque solamente mis hijos saben cómo vivieron aquellos días. Solo ellos son conscientes de lo que sintieron y de cómo trataron de sacarlo y superarlo.
Muchas veces me pregunto si todo esto les habrá cambiado algo, y aunque estoy seguro que así ha sido, no veo en ellos nada diferente ni que me alarme. Siguen siendo niños, siguen sintiendo todo sanamente, siguen siendo buenos y cariñosos, y cada noche les sigue costando lo de bañarse e irse a la cama.
Una mañana en el hospital, superado el peor momento, mi hija Alma cogió el móvil al final de una video llamada y me dijo: “respira, papá. Sigue respirando ¿vale?”. Era su forma de decir “Sigue vivo, papá. No te rindas. No nos dejes.
Cuando todo pasó, le pedí que dibujara como ella quisiera aquello de Respira, papá. Y de ahí nació el título y la portada.
Porque solamente mis hijos saben cómo vivieron aquellos días. Solo ellos son conscientes de lo que sintieron y de cómo trataron de sacarlo y superarlo.
Muchas veces me pregunto si todo esto les habrá cambiado algo, y aunque estoy seguro que así ha sido, no veo en ellos nada diferente ni que me alarme. Siguen siendo niños, siguen sintiendo todo sanamente, siguen siendo buenos y cariñosos, y cada noche les sigue costando lo de bañarse e irse a la cama.
Una mañana en el hospital, superado el peor momento, mi hija Alma cogió el móvil al final de una video llamada y me dijo: “respira, papá. Sigue respirando ¿vale?”. Era su forma de decir “Sigue vivo, papá. No te rindas. No nos dejes.
Cuando todo pasó, le pedí que dibujara como ella quisiera aquello de Respira, papá. Y de ahí nació el título y la portada.
Al principio no sabíamos nada, trabajábamos mucho y nos protegíamos poco, no había mascarillas ni batas, incluso en un momento dado escaseaban los guantes. Fue duro, lo peor que he visto en diez años de profesión.
Durante aquellos meses letales de primavera, Rubén Martín Benito (celador del Hospital General de Villalba y fotógrafo), sintió que era el momento de recordar para siempre el esfuerzo y la entrega de todo el equipo humano que se dejaba la vida por los demás.
Cogió su cámara, y se adentró donde su trabajo le permitía, para contar su visión de lo que se vivía en las urgencias, en las UCI´s, en las salas de espera y en los pasillos. Con respeto extremo, con cuidado y con cariño, siempre fiel a la verdad que se vivía allí, Rubén documentó parte de esa realidad que no se veía en televisión. En aquellos días de marzo y de abril, 3 o 4 personas de cada diez que entraban en un hospital en Madrid perdían la vida, pero el personal de los hospitales trabajaba a destajo para bajar esa cifra. El propio Rubén explica con sus palabras lo vivido durante esos meses.
Al principio no sabíamos nada, trabajábamos mucho y nos protegíamos poco, no había mascarillas ni batas, incluso en un momento dado escaseaban los guantes. Fue duro, lo peor que he visto en diez años de profesión.
Durante aquellos meses letales de primavera, Rubén Martín Benito (celador del Hospital General de Villalba y fotógrafo), sintió que era el momento de recordar para siempre el esfuerzo y la entrega de todo el equipo humano que se dejaba la vida por los demás.
RECUERDOS DEL COVID-19
De vez en cuando, todavía cojo el móvil y abro la carpeta de las fotos. Deslizo a toda velocidad el dedo hasta que llego a mayo, y entonces comienzo a ir más despacio para continuar hasta marzo y encontrar las fotos que no borré y que me recuerdan los mejores momentos, o los que no quiero que se me olviden.
Carlota Fominaya es redactora del diario ABC, y de su mano sucedieron dos realidades muy conectadas y muy diferentes pero únicas para mí. Por un lado, un periódico de ámbito nacional entraba en un Hospital saturado de COVID-19 y contaba la realidad desde dentro, desde la propia cama de un paciente grave. Por el otro, publicar fue la ventana por la que pude salir a volar y a sobrevivir en muchos momentos.
Estos son algunos de los relatos de lo que viví y sentí durante aquellos días.
Ramón tecleaba su historia en su móvil cuando la enfermedad le daba un rato de tregua, yo la subía a la web cuando los niños estaban dormidos y los lectores de ABC Familia lo convertían en lo más leído del día.
Miro hacia atrás en el tiempo y me recuerdo a mí mismo antes de todo esto. Diría que no he cambiado porque creo que las personas cambian de dentro hacia afuera, y solo si quieren hacerlo. Y aunque tengo cicatrices, son solamente las marcas del tiempo que pasa…