De una cama de hospital a las librerías del Corte Inglés

De una cama de hospital a las librerías del Corte Inglés

por Ramón Pinna

14 de junio de 2021

En algún momento de aquellas semanas de hospital, en los albores de la nueva era que comenzó con la primera ola del Covid, llegué a ilusionarme pensando en que quizás los relatos de dolor y urgencias que le iba enviando con el móvil a mi amiga Carlota Fominaya -para publicarlos en el ABC- terminarían por ser algún día, algo parecido a un libro.

Cuando llegué a casa todo cambió. Dejé de pensarlo y empecé a creerlo tras no encontrar motivo por el que no pudiera suceder.

Todavía desde la cama de la 443 del Hospital de Villalba, viajé desde el pensamiento hasta la fe, y sin un solo papel escrito le propuse al Director de Contenidos del mayor Grupo Editorial de nuestro país, un ganar-ganar de manual de gestión. Y me contestó.

Amable y sincero, con criterio de cuajo de años, me hizo ver como imposible lo imposible de mi propósito, regalándome además una nueva panorámica en el horizonte del escritor desconocido: “Lo siento, pero junto a tí, ya hay otro millón de autores más esperando con su historia bajo el brazo”.

Así que me puse a escribir.

Terminé en unos meses sin la certeza de que “aquello” fuera verdaderamente un libro y confiado, se lo mandé a mi primo Luis, que sabe tanto del negocio como para tener una Editorial de Autoedición.

En UNO Editorial, nadie nos cuestionó ni a mí como autor, ni a la criatura como libro. Corrigieron, maquetaron, lo dejaron guapo y me lo devolvieron como un producto real, como un libro terminado y listo capaz de conmover, de vibrar y de hacer sentir hondo.

Y con olor y tacto de libro nuevo.

“Y ahora, que se lea mucho”, pensé.

Se me ocurrió que para eso, lo mejor era contárselo a los medios de comunicación, que es -por otro lado- lo que todo el mundo habría pensado en mi lugar, pero que nadie se pone a hacer porque -como también me advirtieron los que saben de estas cosas de la comunicación- “es imposible que se fijen en ti”.

Procuré no ser pesado en exceso sin dejar de ser intenso, y mi relato se fue colando  -poco a poco y día a día- en ABC, TeleMadrid, RNE, COPE, 13TV, Onda Cero, Servimedia… y en el interés y en el cariño de cientos de lectores, muchos anónimos y otros incluso conocidos.

Sorprendido una vez más por lo posible de las cosas imposibles, busqué a todas las editoriales españolas con página web, para ofrecerles mi libro desde la soledad digital de un formulario de contacto sin mensaje de confirmación de entrega

Una me contestó amable, pero se excusó indispuesta.

Un año después de enfermar y sanar, sentí el confort interior de quien por fin se sabe  consagrado por méritos propios, como uno más en el Olimpo de los Desconocidos del mundo editorial.

Y descansé junto mi yo más de dentro y más inquieto.

Pero justo en el umbral del sitio de mi recreo, ocurrió algo que lo cambió todo.

En las líneas que abrían el mail en el que mi “editor” certificaba mi estatus de olvidado, tropecé con la clave del arcano más importante y oculto hasta la fecha:

en este país -dejando AMAZON de lado – los libros se venden en la Casa Del Libro, en el Corte Inglés, en la FNAC o en el Carrefour… y –por supuesto- en miles y miles de pequeñas librerías. No hay más camino que llegar hasta alguno de los responsables de compras de libros de esas grandes firmas y conseguir que quiera el tuyo”.

Y se acabó el descanso.

Si era así, nada había terminado. Tocaba remangarse para ser certero y concreto, y elegir bien a quién pedir ayuda. Sin conocerse de nada y casi el mismo día de la misma semana, Anabel y Nieves me llevaron hasta la mismísima puerta de quien sí decide qué libros se venden y qué libros no se venden en el Corte Inglés.

En su amabilidad y en su compromiso pude leer que estaba hecho. Pude verlo, y sentirlo… la campaña de verano, la de la vuelta al cole, la firma de libros en el Corte Inglés de la Castellana. ¡Me ilusioné tanto!

Pero añadió: “Eso sí, tienes que venir de la mano de una distribuidora importante porque el negocio del libro es pura logística y como es natural, no podemos trabajar con los autores directamente ya que sería un imposible.”

– “Vaya, otro imposible”, pensé.

Añadí a mi catálogo de las cosas ignoradas, la de que la clave de entrada en el mundo del libro pudieran tenerla los operadores logísticos… y no solo una buena historia bien contada.

Me costó encontrar los primeros nombres de empresas que parecían dedicarse a la distribución de libros, pero le fui viendo la lógica al asunto mientras reavivaba la llama de la intensidad.

Entre unas que no me contestaban y otras que tampoco, llegó la carambola.

La carambola es una especie en extinción que vive muy amenazada por la timidez, por cautela y el por el juicio razonable. La carambola solo ve la luz si te acercas al borde mismo de la mesa y le pegas muy duro a la blanca con el taco, mientras cierras los ojos y sueñas con que aparezca. Y, por supuesto, si enredas, y si llamas, y si preguntas; y si tocas muchas puertas con el cuidado y el esmero de no tocar ninguna nariz.

Y la distribuidora y quiso mi libro, y el Corte Inglés me quiso a mí.

Respira, papá” ha llegado hasta las librerías de los Centros del Corte Inglés de Goya, Castellana, Princesa, Sanchinarro, Campo de las Naciones, Pozuelo, Callao y -por supuesto- hasta su página web.

Ahora lo imposible es que se venda.

Y lo más imposible, lo casi irreal, es que llegue a emocionar a las personas que lo lean, hasta hacerlo correr de boca en boca, y de mano en mano.

Es del todo imposible, desde luego, y eso lo sabe perfectamente cualquiera que sepa y se dedique a esto de los libros.

Pero para mí no lo es, porque yo no sé nada de libros.